Tras tres entradas, quería cerrar esta serie, “Música que siempre vuelve”, con un popurrí de artistas que descubrí la última vez que entré en la página que estamos hablando (a estas alturas ya la tendrás en tus marcadores como favorita). En las escuchas de Spotify o en Itunes, cuando pongo la música en aleatorio, suenan sus discos tarde o temprano de las veces que las he escuchado, como si fuesen un boomerang. Vamos, que siempre vuelven y volverán a mis oídos.
Y ya que es una entrada de cerrada, siguiendo la filosofía de The Band en The Last Waltz o de la maravillosa película de Bret Haley Hearts Beat Loud, vamos a montarnos una fiesta. Han sido unas entradas para mí muy emocionales: no quería redactar una chapa tremenda o soltar una lista anodina de discos que, en mi opinión, tú, lector/a, tienes que escuchar. Recordemos que estamos en un blog, por lo tanto, doy mi opinión y opiniones, como culos, todos tenemos al menos uno (las Kardashian como seis). Quería abrirme un poco y mostrar lo que hace sentirme la música, la alegría de descubrir un artista, la tristeza y apatía en la que me vi durante estos años y como la música me sacó de ella, o los momentos felices acompañados por música. En el fondo, estamos para eso, hablar de música y arte y los sentimientos que nos trasmiten. Y por eso me parece importante que lo escuches, para que sientas lo mismo; bueno, con algo parecido me conformo.
Quería aprovechar la entrada de hoy para dedicársela a Pablo, autor del maravilloso blog El Rasgador y que he tenido el placer de conocer y poder compartir canciones con él. Además de un gusto excelente, su filosofía de buscar canciones que te acompañen en tus pensamientos y la importancia de la música en la vida.
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